Cuando nos hablan de santidad a muchos se nos viene a la cabeza la imagen de los santos de las estampitas que alguna vez hemos recibido en alguna iglesia o que nuestros padres tienen en el velador guardadas entre viejos libros. La verdad es que cuando hablamos de santidad nos referimos a la vocación que todo cristiano tiene.
¿Santa?…¿yo? si con suerte tiendo mi cama, dejo mi taza sin lavar sobre la mesa y por mi genio hago rabiar a más de alguno. La santidad no se trata de no tener defectos ni de grandes y heroicas hazañas, se trata de un camino, de una respuesta de amor a Aquel que nos ha amado primero, donde nuestra vida se abre a los demás en ese amor para el cual hemos nacido. Entonces, ¿estoy llamada a ser santa? Ciertamente, y no solo yo sino también tú. La santidad es camino de amor, es la perfecta unión con Cristo, se plasma en una profunda amistad con el Señor donde me configuro con Él y en una vida vivida en permanente cercanía donde cada día me voy semejando más a Él.
¿Por qué la santidad es nuestra vocación? Pues porque es en Cristo donde se desvela el misterio del hombre, Él no solo nos revela el amor misericordioso y paternal de Dios, sino que también nos revela al hombre pleno. A través de su vida, de su entrega por los demás, de su amor hecho carne nos revela el llamado a amar que Dios hace a cada uno de nosotros y que es camino de plenitud máxima. Por tanto para realizar nuestra vocación, para tender a la santificación y salvación, se hace necesario seguir a Cristo, Él es el Camino (para poder ser lo que Dios ha soñado de nosotros a través del amor que Él nos enseña), la Verdad (en un sentido, nuestra verdad más profunda, rostro del hombre pleno) y la Vida (esa vida plena que tanto anhelamos alcanzar, que colma los anhelos más profundos de nuestro corazón).
Nuestra misión, nuestra vocación, no puede ser pensada entonces sino como un camino de santidad, nos recuerda el Papa Francisco, un camino donde al hacernos semejantes al Señor distintos aspectos de su vida se hacen tangibles a través de nuestra existencia, como su cercanía con los marginados, su capacidad de sanar, su manera de acoger al que sufre, etc, manifestando en el mundo el amor de Dios. Nuestra vida se vuelve misión que prolonga la misión de nuestro Señor en la tierra.
¿Quieres ser pleno, ser feliz? ¿Quieres descubrir tu vocación? Entonces no esperes más, comienza por buscar al Señor, busca su amistad en la oración, en la lectura orante de la Palabra, en los Sacramentos, abre tu corazón al otro, haz lo que haría Jesús en tu lugar, y ya estarás en camino para ser santo, para vivir tu vocación con plenitud.
Por Carolina Ramos V.
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