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¿Cómo saber a qué me llama Dios? ¡Hablemos del bendito discernimiento vocacional!


Llega un momento de nuestras vidas en el que nos planteamos por primera vez el rumbo que hemos de seguir. ¿Cuál es el propósito de mi vida?, ¿qué quiere Dios de mí?, ¿a qué he sido llamado?, son algunas preguntas frecuentes.

En el video de «Expertos Vividores» que te comparto, se entrevista a un sacerdote, el P. Javier Alonso. Él toca justo este tema, el de la vocación, y creo que si también te has hechos estas preguntas, o si estás acompañando a alguien que esté en proceso de discernimiento vocacional, el video te va a encantar.

Como oímos en el video, cuando se cuestiona el sentido del dolor y se hace referencia a quienes quieren dejar de vivir, la respuesta del sacerdote es contundente: «Lo que uno quiere es más vida».

Esta es una realidad, pero no exclusiva para los momentos de dolor: queremos una vida plena, e intuimos que esto solo es posible si somos fieles al fin para el que fuimos creados.

¿Pero, cómo llegar a ese fin? Sabemos que el fin es Dios, ese es el único camino. Pero hay infinitas formas de transitar ese camino. ¿Te has preguntado cuál es la tuya?



Recuerda: estamos llamados a «ser»

Durante el discernimiento vocacional, es fácil caer en la (natural) tentación de pensar: «Bueno, si Dios quiere que me case, espera que haga esto…» o «si el Señor espera que viva como consagrado, debería comenzar a hacer aquello…».

Luego, podrías sentirte intimidado ante la magnitud de tareas, y pasar de largo el hecho más importante: como vimos antes, Dios te llama a ti por quién eres, no por lo que puedes hacer por Él.

«Me dedico a ser sacerdote», decía el P. Alonso, en el video. No dijo «me dedico a escuchar confesiones», «me dedico a celebrar la Eucaristía», «me dedico a rezar a diario la Liturgia de las Horas», y un largo etcétera de cosas que seguro ocupan su día.

¡Qué lindo recordatorio de que Dios no nos pide «hacer» cosas, sino transformarnos en quienes hemos sido «llamados a ser»!

¿Y cómo saber quién soy?

En el Apocalipsis, leemos: «Al vencedor le daré del maná escondido y le daré una piedrecita blanca, y grabado en la piedrecita un nombre nuevo, el cual nadie conoce sino aquel que lo recibe».

Muchas veces, me cuestioné por qué recién al final de nuestras vidas (y si vencemos), conoceremos el nombre con el que Dios nos llama.

¿No sería mejor o más fácil saber ya aquí, en la tierra, ese nombre? Quizás eso nos ayudaría a saber con certeza a qué hemos sido llamados. Pero la verdad, es que Dios no ha querido coaccionarnos.

Nos ha dado libertad, y nos ha mostrado cómo usarla de la mejor manera. No puede contarnos «el final de la película», nos bastan sus señales, sus indicios, su voz que nos habla despacito.

¿Quieres saber quién eres? Si te gustaría al menos una pista para entender a dónde ir, te lo diré: eres hijo o hija de Dios, quien te quiere infinitamente.

¿Qué tiene que ver esto con tu vocación? También te lo diré: hemos sido testigos, muchas veces, de cómo los hijos van adquiriendo el parecido de sus padres. No necesariamente físico, sino el que se observa en los gestos, las expresiones, las palabras más utilizadas, etc.

Tú puedes —y te conviene— ser reflejo del Padre. A Dios gracias, tenemos el ejemplo de Jesús, para mirarlo, para mirarnos, e imitarle.

De nuevo, ¿buscas la felicidad? ¡Así la encontrarás! Porque no hay llamada más íntima y certera, que la primera que recibimos para ser «alter Christus, ipse Christus», «otros Cristos, el mismo Cristo», como oímos en la misa.

Una llamada que lo abarca todo, y no quita nada

La búsqueda por parecerse a Cristo lo empapa todo, llega a todos los rincones de nuestra vida. Cada situación, por ínfima que parezca, se convierte en una oportunidad para responder a esa vocación.

Y, así, esta vocación no está reservada a «ciertos espacios», como dije antes: la misa, la oración, la lectura del breviario, el apostolado, etc. Cómo ríes, cómo cantas, cómo haces tus tareas de la universidad, cómo cuentas un cuento a tus hijos, cómo bailas en la sala con tu marido, cómo compartes tiempo con tu comunidad… todos esos momentos, son respuestas cotidianas a tu vocación.

Y, como todo en tu vida es una respuesta a esa vocación, no es como un saco que te pones antes de salir. Ni son los zapatos que te sacas al llegar a tu casa. Dios, al llamarte, no te pide «una parte» de ti. No te pide, como dije al principio, que hagas «algunas» cuantas cosas buenas por Él. ¡Te busca a ti, por completo!

Pero no te preocupes, esto no implicará nunca, nunca, perder algo. Al contrario, serás tú mismo, cada vez de manera más genuina. Irás descubriendo en cada jornada y con el paso del tiempo el nombre de aquella piedrita blanca que Dios te entregará al final de tus días.

Entonces, no será una sorpresa. Será un hermoso momento de afirmación: «¡Ahora lo entiendo!» y luego podrás decirle «¡Siempre has sido Tú, detrás de todo…!».

Ante el deseo de ser escuchados

En esta búsqueda de la propia vocación y de la vida a la que estamos llamados a vivir, la dirección espiritual es una gran cosa. Quien «dirige» nuestra alma no lo hace como si esta fuera una marioneta en sus manos.

No es ese el sentido de la palabra. La «dirige» en el sentido de llevarla de la mano y ponerla en las de Dios. Porque, como aclaraba el video, «Dios es el gran escuchante».

Muchas veces decimos a quien está en proceso de discernimiento que escuche lo que Dios le quiere decir. Pero es importante también recordar que Él está allí escuchando, abierto a que le planteemos todas las dudas que tenemos.

Está disponible para atender nuestros miedos, y no se escandalizará si le decimos por qué no querríamos decir «sí» a lo que nos propone.

¿Cómo podremos escuchar lo que Dios dice, si antes no le hacemos las preguntas adecuadas?, ¿y cómo haremos las preguntas adecuadas, si intentamos «maquillar» lo que queremos decir, para hacerlo más «políticamente correcto»?

Olvídate de todo esto: en la oración y en la dirección espiritual ¡sinceridad total! Hazte transparente, y verás que llegarás más lejos, a buen puerto.

Consejos imperdibles

Estas reflexiones previas, las he resumido en unos consejos concretos. Podrían serte útiles, tanto si estás en proceso de discernimiento vocacional, como si acompañas a alguien que lo vive, o a algún grupo juvenil con el cual quieras tocar el tema.

1. Nunca olvides que Dios te ama por quien eres: no serás más ante sus ojos por la cantidad de cosas que hagas, ni serás menos por lo que no puedas hacer.

2. Habla con Dios con confianza: no tengas miedo de preguntarle lo que no entiendes, ni de contarle tus miedos, ni de presentarle tus dudas.

3. Confía en quien te dirige espiritualmente: a través de esa persona que te conoce y reza por ti, Dios también te habla.

4. La vocación envuelve toda tu vida, no una parte de ella, ni es sinónimo de las actividades o responsabilidades que esa llamada implica.

5. La vocación no quita nada: al contrario, te ayudará a encontrarte contigo mismo, con el fin para el que fuiste creado. Y eso te hará muy, muy feliz.

6. Puedes leer libros sobre este tema, que podrían arrojarte un poco de luz. Aquí preparé una lista de cinco que me han gustado mucho.

7. Por último, ¡ponte en las manos de Dios!

(Artículo publicado originalmente en Catholic-link escrito por Mabe Andrada)

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