Todos hemos nacido con un propósito, nuestra vocación primordial como seres humanos es el amor, pero de qué manera concreta puedo vivir ese amor para ser pleno. Existen vocaciones específicas, modos de vivir el amor que responden al llamado que Dios nos hace a cada uno por nuestro nombre y exigen una opción.
Tal vez te ha pasado que ninguna alternativa te convence o mejor aún que todas te parecen atractivas, pues la verdad todas son buenas, sin embargo, hay una en especial donde tú podrás amar más y mejor, por tanto, donde vivirás tu vocación de la manera más plena. Es por eso que debemos buscar la voluntad de Dios, estar atentos para escuchar su llamado, tener un corazón disponible y desde nuestra libertad responder con generosidad.
Pero para responder es necesario primero tener claridad acerca de cuáles son esos caminos. Cómo muchos me ha pasado que escucho hablar de congregaciones, de religiosos, de sacerdotes, de laicos consagrados, de institutos, etc, y la verdad, me siento confundida con tantas opciones y modos de vivir la vocación. Por eso, aquí quiero presentar un esquema básico, planteado por algunos autores, que te ayude a tener una mejor perspectiva.
A grandes rasgos podemos hablar de tres caminos: el sacerdocio, la vida consagrada, y la vida laical. Los tres son igual de importante y necesarios, cada uno con sus rasgos propios prestan un servicio. No podemos aquí extendernos mucho acerca de cada uno de ellos, pero al menos intentaremos enunciar algunas características que te permitan tener algo de mayor claridad para comenzar a buscar tu camino.
En primer lugar están quienes viven el ministerio ordenado, a quienes también podríamos haberlos colocado dentro de la vida consagrada, pero los separamos porque tienen algunas características particulares. Son aquellos hombres que participan del sacramento del Orden en alguno de sus tres grados de servicio, por tanto, hablamos de diáconos, sacerdotes o presbíteros y obispos. Quienes viven esta vocación están llamados al cuidado del Pueblo de Dios, sirviendo a los demás especialmente desde la atención pastoral, la administración de los sacramentos, el anuncio de la Palabra, guiándolos para que puedan llevar una vida cristiana acorde a la invitación que el Señor nos hace para ser sus amigos. Llevan una vida célibe para dedicarse por completo a su misión a favor de los demás hermanos del Pueblo de Dios. Cabe destacar que los diáconos permanentes (quienes no acceden al sacerdocio) pueden ser también casados. Entre los sacerdotes podemos distinguir los sacerdotes diocesanos de aquellos que viven en comunidad, los religiosos.
En segundo lugar tenemos aquellos hombres y mujeres que optan por la vida consagrada, nos referimos aquí a los religiosos y religiosas de vida activa o contemplativa, y a quienes pertenecen a sociedades de vida apostólica e institutos seculares, este último puede ser integrado por personas casadas o célibes, mientras que en los otros, por personas que viven como célibes.
Sin entrar en sus particularidades podemos decir que quienes viven una vida consagrada han sentido el llamado de Dios a entregar su vida por los demás, tienen por vocación llevar una vida dedicada totalmente a Dios y en él a los hermanos, especialmente a los más necesitados, dando así testimonio de su fe en un seguimiento radical del Señor. Están llamados a llevar una vida como la de nuestro Señor, por medio de los consejos evangélicos (obediencia, pobreza y castidad), para bien de los demás.
Finalmente, la mayoría seguimos el camino de la vida laical. Ser laico no significa no estar llamado, pues también nosotros hemos recibido un llamado, una vocación, la cual puede entenderse como la misión de hacer presente el amor de Dios en medio del mundo. El laico con su vida busca que la sociedad tienda a Dios, eso quiere decir, que en cada ámbito donde formamos parte (familia, trabajo, estudio, en lo social, económico y político) estamos llamados a vivir los valores del Evangelio. Dentro de quienes viven su vocación laical hay quienes optan por el matrimonio y quienes viven su vocación como solteros.
Ahora que hemos podido distinguir a grandes rasgos estos caminos, estas vocaciones, la pregunta que no nos podemos dejar de hacer es ¿a cuál camino me llama Dios?, ¿en cuál de estos caminos seré más pleno, amaré más y serviré mejor? Te invito a que te atrevas a comenzar un camino de discernimiento para encontrar tu lugar en el mundo, averigua más sobre estas vocaciones, busca acompañamiento espiritual, reza, y si te sientes llamado al sacerdocio o a la vida consagrada no tengas miedo de hacer una experiencia en alguna comunidad para conocer de manera más cercana y vivencial aquello, si por el contrario, te sientes llamado a la vida laical, no descuides ese llamado y descubre la manera de vivirlo de forma plena en tus estudios, trabajo y familia.
Por Carolina Ramos V.
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