El Padre Carlos Alejandro Ruiz, oriundo de Los Ángeles, Chile, ingresó a la Congregación durante su juventud y fue ordenado sacerdote en octubre de 2001. Desde temprana edad, su vocación y deseo de servir lo llevaron a aceptar el desafío de la misión en tierras lejanas. Luego de varios años de sacerdocio en Chile, decidió embarcarse en una misión internacional que lo ha mantenido en África por casi 16 años.
Durante este tiempo, el Padre Alejandro ha dedicado su vida a trabajar por la mejora de las condiciones de las personas más vulnerables, en especial aquellas con discapacidades. A través de proyectos educativos, huertos comunitarios y centros de formación, ha logrado transformar las vidas de numerosas personas, siempre bajo la premisa de la fe, la esperanza y la solidaridad. En esta entrevista, nos comparte su experiencia, reflexiones y aprendizajes desde su entrega a la misión.
1) Padre Alejandro, ¿qué lo inspiró a seguir la vocación religiosa y cómo ha sido su camino desde entonces?
En mi caso, a pesar de que vengo de una familia católica y comprometida, lo mío fue más un tema existencial. Cuando tenía 16 o 17 años y me proyectaba (soy el menor de varios hermanos), al ver a mis hermanos con sus familias, sus vidas, sus trabajos, notaba que, al intentar proyectar mi vida, eso no me satisfacía del todo. Sentía que no iba a ser una persona plena siguiendo ese camino, a pesar de que eran actividades muy buenas. He tenido muy buenos ejemplos en mi vida familiar y profesional, siempre tuve la suerte de contar con referentes y profesores excelentes, tanto dentro de mi familia como fuera de ella.
Sin embargo, trayendo todo eso a mi vida personal, sentía que algo faltaba, como si la mesa estuviera un poco coja. Me decía a mí mismo: “Bueno, esto debe pasarle a todo el mundo”, y seguía adelante con ese vacío, que no era tormentoso, pero sí comparaba con la sensación de terminar una comida rica, pero insuficiente: como si hubiera faltado más comida, jaja.
Fue al terminar mi enseñanza secundaria, con ese sentimiento a cuestas, cuando conocí más profundamente la vida religiosa y sacerdotal. Entonces se me presentó una oportunidad y pensé: “Quizás esto es lo que me falta, lo que aún no está completo, lo que falta madurar”. En ese momento, tomé la decisión de considerar esta vida, y finalmente opté por dar este paso. Es una opción que, después de más de 20 o 25 años, me hace pensar: "¡Guau! Qué valiente fui", porque siempre hay un riesgo: "¿Y si me equivoco? ¿Y si esto no es lo que quiero?".
Creo que la vocación es algo que uno nunca termina de trabajar, profundizar, revisar y proyectar nuevamente. Es un camino muy dinámico, porque una cosa es decir: "Sí, quiero ser sacerdote", pero luego surge el "¿dónde?". Y cuando ya encuentro el lugar, aparece otra pregunta: "Pero, ¿qué tipo de sacerdote quiero ser en esta congregación?". Decidí que quería ser misionero, pero luego me pregunté qué tipo de misión quería realizar. Quería tener una vida apostólica, pero también involucrarse socialmente, y así, el discernimiento continúa durante toda la vida.
Es bonito que sea así, porque uno se siente vivo, en sintonía. Se va comprendiendo mejor a las personas que atraviesan momentos de dificultad, en cualquier vocación o ámbito de la vida. Cuando la gente se siente confundida o piensa que se ha equivocado, lo entiendo, porque yo también he pasado por lo mismo. Es un aspecto muy humano.
Mi camino ha sido muy interesante. No voy a decir que ha sido un camino lindo y maravilloso, porque creo que la vida se compone de muchos elementos. Más que buscar la felicidad, busco la plenitud, y en ese proceso, los problemas, las dificultades, los errores y las confusiones son parte del viaje. Ha sido un camino muy enriquecedor, en el que he aprendido muchísimo. He conocido a gente extraordinaria y he podido ampliar mis horizontes mentales, espirituales y existenciales gracias a todo lo que he vivido, conocido y entregado a través de esta vocación.
2) ¿Qué consejo le daría a los jóvenes que sienten una posible vocación religiosa pero tienen dudas o temores?
Yo les diría a todos los jóvenes que primero es muy importante conocerse y tener una vida interior y una vida espiritual. No se trata necesariamente de algo relacionado únicamente con lo religioso, aunque lo religioso también es importante. Tener una vida espiritual significa aprender a reconocer mis estados de ánimo, mis motivaciones, mis frustraciones, lo que me alegra, lo que me entristece, lo que me hace soñar, lo que me hace sentir pleno. Eso es sumamente importante para poder tomar cualquier decisión en la vida. Siempre estamos tomando decisiones, algunas más importantes que otras, pero siempre estamos decidiendo.
Si no me conozco un poco, es difícil que pueda tomar buenas decisiones. Si no sé para qué soy bueno o cuáles son las cosas que me cuestan, nunca sabré dónde me puedo realizar. Y para conocerse, es bueno tener gente a nuestro lado, gente que nos quiera, que nos quiera para bien y que sea sincera, que nos diga cuando nos equivocamos y en qué áreas necesitamos crecer. Esto es esencial para cualquier decisión que queramos tomar en la vida.
Para quienes sientan una atracción por la vida religiosa o misionera, yo creo que hay que darse una oportunidad. Es como cuando uno piensa en la vida matrimonial, en una pareja.
Es lo mismo. Cuando las parejas se dicen "¿le digo o no le digo?", "¿me acerco o no me acerco?", las dudas y los temores siempre están ahí. Pero quien los vence es quien finalmente sabrá si esa persona es la que busca, o si esta vocación es la que pensaba.
Por eso, es importante hacer un camino acompañado de gente con mucha sabiduría, que sepa orientarnos con la verdad. Eso es crucial. Así podremos ser felices y estar en paz, porque esa es la vocación a la que todo ser humano está llamado, ante todo.
3) ¿Cómo ha influido su fe en la decisión de servir en un país extranjero y qué ha aprendido de esa experiencia?
Siento que la fe y la espiritualidad, una de las cosas maravillosas que nos aporta, es tener una amplitud de vida, una apertura de mente y de corazón. Nos hace saber y entender que no somos un proyecto descolgado del resto del mundo, del universo, sino que formamos parte de un plan, de una armonía que nos lleva por el camino de la plenitud. Nos lleva a encontrarnos con Dios, a entender al otro, a descubrir lo maravilloso de servir, de donarse, de entregar, en el fondo, para que los demás estén mejor. La espiritualidad y la fe ayudan muchísimo en eso.
Por esta razón fue que me planteé la posibilidad de servir en un país diferente, donde hubiera mucho por hacer y yo pudiera aprender. Y eso creo que es lo más importante, porque lo poco que he entregado se me ha traducido en conocimiento, en aprendizaje, en ser flexible en algunas cosas. Aprendí que no todo se puede programar, tabular, calcular, que siempre hay que dejar un espacio para la espontaneidad, para que la vida nos sorprenda, para que Dios nos sorprenda. No todo puede estar calculado. Sí, hay que tener un orden, saber hacia dónde vamos, pero también hay que entender que para llegar a donde quiero ir no hay un solo camino, sino que hay varios, y toca elegir el mejor.
4) ¿Podría compartir alguna anécdota sobre cómo su trabajo en Kenia ha fortalecido su vocación y su relación con Dios?
Lo que también compartía anteriormente es esa negación de las personas a aceptar o creer que la vida es un problema, o que la vida es complicada, que la vida es un castigo, aun cuando ellos están pasando muchas necesidades… Yo eso lo encuentro asombroso, porque si lo vemos un poco desde nuestra perspectiva, creo que nosotros hemos sido mucho más afortunados de gozar de muchos más beneficios, sin sentir culpa. Hay algunas cosas que simplemente se dan, pero aun así, recibiendo y siendo afortunados, nos quejamos mucho, nos quejamos demasiado. Sin embargo, estas personas, con menos, viven más felices, viven más esperanzadas, y viven de una manera más armónica.
Eso me ha fortalecido mi vocación y, por supuesto, mi relación con Dios, que también se ha visto fortalecida, porque es un Dios más de la vida, un Dios que camina con las personas, que está sosteniendo, porque de otra manera esto no se puede entender. Cómo personas que están sumergidas en tantas necesidades, en tantas privaciones, siguen con tanta alegría y tanta esperanza. Entonces, la relación con Dios se hace una relación más cercana, más concreta, más humana, más transformadora. Eso definitivamente ha sido una gran enseñanza para mí.
5) ¿Qué papel juega la comunidad local en su vida diaria y cómo ha impactado esto en su vocación y misión?
La comunidad juega un papel muy importante porque, estando en una villa, en una aldea, la gente está por todas partes. Eso es lo bonito: los niños, los jóvenes, los estudiantes... o sea, uno sale de la casa y ya hay gente por todas partes. Después yo me voy al huerto que tenemos, está muy cerquita, es cruzar el camino y pasar por algunas casas de los vecinos, y ahí llegamos al lugar donde tenemos este proyecto. Es maravilloso porque uno se va encontrando con la gente, con los niños que van al colegio, con los animales, toda la vida en común: sacando agua del pozo, haciendo fuego, preparando un desayuno, buscando alimentos para los animales... Maravilloso.
Yo siento que es un aporte inigualable porque la gente nos ayuda a ver nuestra vida con más simpleza, por lo menos a mí, a ser más agradecido. A ver que cada cosa buena que nos ocurre, desde una taza de café, desde un trozo de pan, desde un rico plato de comida, hasta la posibilidad de tener un buen amigo, son cosas muy grandes en la vida. Al final es lo que cuenta, lo que queda, el resto todo pasa. Cuando uno ve a la gente tan sumergida y tan plena en sus actividades, tan simples como sacar agua de un pozo, cosechar un poco de verduras, o llevar los cabritos y ovejas a pastar, uno los ve tan plenos, como que a esa persona no le falta nada. Te saludan con una sonrisa, sus saludos son siempre muy optimistas, y entonces uno dice ahí: ¡guau, qué gran lección y cuánto tengo que aprender!
Entonces ha sido algo que me ha impactado y que en lo vocacional me ha hecho ser más simple, a trabajar con más ganas, a poner todas las energías, todo lo que Dios nos ha dado: salud, conocimiento, ideas. Y uno dice: bueno, la misión es preciosa, la misión es maravillosa, vale la pena. Aunque haya momentos de dificultad, nada es fácil en la vida. Cuando lo queremos hacer de corazón, cuando nos queremos entregar por entero, siempre hay renuncias y sacrificios, pero las recompensas y la gratificación son aún más grandes.
Finalmente, compartimos con ustedes un video que muestra, en resumen, la labor del Centro de Formación Comunitaria de Don Orione en Kenia.
¡Si quieres ser parte de esta gran obra, aportando con alguna donación, no dudes en contactarnos a donorione.chile@gmail.com y te ayudaremos a ser parte de esta misión internacional!
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