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Sebastián Vega Selaive FDP: en la antesala de su ordenación diaconal, camino al sacerdocio

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Hno Sebastián Vega Selaive Fdp en el Santuario de Santa Teresa de Los Andes 2025.
Hno Sebastián Vega Selaive Fdp en el Santuario de Santa Teresa de Los Andes 2025.

Tenía 16 años cuando viví un encuentro (Período Motivador) profundo con la Persona de Jesús: algo se movió dentro de mí; volví a casa con el corazón acelerado y esa noche casi no pude dormir pensando: “¿Y si Jesús realmente me estuviera pidiendo algo más?”. No entendía del todo ese deseo; solo intuía que era servir, un impulso genuino que, con el tiempo, fue revelando mi vocación.

 

Al principio creí que ese servicio sería en el centro de alumnos, en la política o en el derecho. Por eso estudié y me titulé como Administrador Público y Cientista Político, pero nada llenaba mis inquietudes más hondas. Por fuera todo parecía en orden; por dentro, no. A veces, volviendo de la universidad en el bus, me preguntaba en silencio: “¿De verdad esto es todo?”. Había gratitud por lo logrado, pero también la certeza de que mi corazón estaba hecho para algo más.

 

La sed de servir creció y fui entendiendo mejor su sentido. En la pastoral de mis colegios y en las actividades juveniles de la Parroquia Perpetuo Socorro de Los Ángeles y de la Obra de Don Orione, la llamada tomó forma: ya no era solo “hacer cosas”, sino entregarme del todo a Dios por medio del servicio.

 

Tras un tiempo de acompañamiento con mi párroco –hoy hermano de congregación– y con mi promotor vocacional, también hermano, di el paso a la Congregación de Don Orione. Me cautivó su estilo de servicio a los descartados en una sociedad cada vez más individualista. Cómo olvidar a Michael Ramírez, joven con síndrome de Down del Pequeño Cottolengo: me tomó del brazo y me mostró cada rincón de aquel “gran” Pequeño Cottolengo. Entonces me dije: “Ellos, que están en abandono, nos tienen a nosotros; ¡su familia somos nosotros!”. Ese día elegí dar la vida por los demás.

 

Cuando conté mi decisión en casa, mis papás, aun apoyándome, me pidieron pensar una vez más. Yo sentía miedo y una alegría serena desconocida. Después del silencio vino un abrazo: entendí que Dios también los invitaba a entregarme. Desde entonces, el servicio fue el puente para responder a su llamado, encarnado en una familia religiosa que vive la fraternidad y busca la salvación en comunidad.

 

Hoy sirvo a mis hermanos y a quienes Dios pone en mi camino. Al inicio deseaba ser sacerdote; con el tiempo comprendí que ese ministerio es un plus a mi consagración y al servicio de la Iglesia, inseparable de los votos de pobreza, castidad, obediencia y del cuarto voto de fidelidad al Santo Padre. Por eso, el 8 de marzo de este año consagré mi vida para siempre, en una historia comenzada en 2017 y afianzada en 2021. Aquel “sí para siempre” fue un clic interior: paz profunda y el vértigo de saber que ya no me pertenecía solo a mí.

 

Mi servicio principal es amar a Jesús en la Iglesia y en el Santo Padre a través de los pobres, en obras de caridad, dejándome moldear por sus mismos sentimientos. También sirvo por medio del canto: la música se volvió mi modo más natural de anunciar el Evangelio y tender puentes. Cuando escribo o entono, siento que el Señor me presta su voz para llegar donde las palabras no alcanzan; mis letras y mi voz son una pequeña catequesis cantada, que consuela y sostiene mi servicio con una melodía de esperanza.

 

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Esta vocación de servicio se sigue afinando en un nuevo paso que completa mi ser consagrado en la familia de Don Orione. Este 8 de diciembre, a las 11:00 horas, en la Parroquia San José Benito Cottolengo de Cerrillos, en la solemnidad de la Inmaculada Concepción, daré un nuevo “sí”: seré ordenado diácono en tránsito, configurado con Cristo Siervo y en camino al sacerdocio.

 

Al pensar en la ordenación diaconal, sueño con ser un signo sencillo de la ternura de Dios para los que sufren y deseo que cada gesto hable más de Él que de mí. El diaconado, en perspectiva al sacerdocio, me marcará con el sello de Cristo Siervo: el que se inclina ante los pequeños, escucha la Palabra y la anuncia, se acerca al pobre y sostiene a la comunidad en la liturgia. No es solo un puente: es la manera en que Dios prepara mi corazón de pastor, haciéndolo primero corazón de servidor, como en aquel retiro que lo cambió todo. Les pido oración, para no olvidar que la verdadera grandeza en la Iglesia es la del que se hace servidor de todos, y poder cantar con María: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, porque ha mirado la pequeñez de su siervo” (cf. Lc 1, 46-48).



Por Sebastián Vega Selaive Fdp.

Hijo de la Divina Providencia

 
 
 

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